martes, 15 de enero de 2013

Martes


            Os contaré una cosa: odio los martes. Pero no de ahora, sino de siempre. Si hay algo que te pueda salir mal, probablemente sea en martes. Y como no, para no romper la tradición, hoy no ha sido mejor día.

            He comenzado la jornada desvelándome porque mis padres me han dicho que quieren vender el coche. A parte de porque haga falta el dinero, por ahorrarnos su mantenimiento. Más tarde, he acompañado a mi madre al médico por una manchita que le ha salido debajo del pecho. Nada preocupante. Y después de esa lucha contra viento y marea para llegar a casa, literalmente por la meteorología, he preparado la primera clase particular que tenía a la tarde.

            El día se ha torcido cuando he tenido que engullir la comida porque mi querido novio se había equivocado con la hora de su psicóloga. Y tras esperar una hora para la que iba a ser nuestra terapia de pareja, mientras él estaba dentro contando sus cosas, sale tan campante de la consulta y me dice si nos vamos. ¿Cómo qué nos vamos? ¿Te he acompañado a tu terapia porque me lo has pedido, para arreglar nuestras diferencias, y tras una hora en la que me he quedado helada, y he tenido que escuchar en la sala de espera estoicamente y a todo volumen una de las canciones que más me hacen llorar, me dices que nos vamos? ¿Acaso es esto normal o soy yo la rara?

            Por supuesto, mi enfado no se ha hecho esperar más allá de la puerta del portal de la consulta. Se le ha olvidado decirme que pasara. Y me he sentido como un perrito abandonado en una gasolinera.

            El viaje en metro ha consistido en silencios, suspiros y respuestas monosilábicas por mi parte, mientras él me pedía perdón e intentaba sacar cualquier tema de conversación. Sin darle un beso y, tras decirle “cuando te acuerdes de que tienes novia, hablamos”, me he marchado rumbo a mi primera clase particular en mucho tiempo.

            Mis padres me habían metido en la cabeza cosas como “ten cuidado donde te metes, es muy arriesgado ir a una casa sin conocer a las personas de antemano” o “hoy en día se escucha de todo”. Así que mientras volvía a luchar contra viento y marea, encontrar el portal después de pasar cuatro veces por el mismo sitio y comerme una barrita de cereales como merienda, he escrito en mi móvil un mensaje de “avisa a la poli” al que solo le faltaba dar a enviar a una amiga que vive en la misma calle. No podía dejar de reírme de mi propia paranoia. Todo sea por mi instinto de supervivencia.

            Al llegar a la casa, madre e hijo me estaban contemplando desde la puerta con sendas sonrisas. La típica situación normal que cabía esperar. La clase con este niño se me ha hecho más amena de las que solía dar a mi anterior alumna, y hora y media después me he descubierto borrando entre más risas el “mensaje de emergencia” mientras salía del portal.

            Al volver a casa, no he podido resistirme a llamar a mi novio y disculparme con él. Me ha preguntado a donde iba y, tras un incómodo silencio, le he propuesto quedar. Un rato después nos hemos reído de esa conversación, ya que el pensaba insistir a toda costa para vernos. Tal para cual.

lunes, 14 de enero de 2013

Tiempo


           Cuando me he desvelado a las siete y media de esta mañana y he escuchado los ya habituales suspiros e inquietantes conversaciones de mis padres, una palabra se ha formado en mi mente: tiempo. Si tuviésemos unos meses para salir de esta situación, no se solucionarían todos nuestros problemas, pero podríamos salir adelante. Pero precisamente tiempo, no es lo que están dispuestos a darte los banqueros.

            Es difícil vivir en la que es tu casa desde que naciste y mirar cada rincón como si en poco tiempo lo fueses a perder de vista; o más bien, te obligasen a perderlo de vista. Es por eso que la angustia de mis padres y la mía van en aumento día a día. Y es por eso también que tiempo es la solución que se me ha ocurrido a mi relación de pareja. Cuando quieres tanto a alguien que temes dañarle con tu propia tristeza, te planteas dos veces si de verdad mereces a esa persona. Y en este momento solo soy eso, pura tristeza. Y depresión. Desgana y suspiros.

Sabía que él no iba a estar de acuerdo y, tampoco me esperaba una aceptación por su parte, pero tenía que intentarlo. Ya por la tarde en mi casa, él se esperaba lo que venía, y yo no podía hablar con serenidad teniéndole delante. Es irónico lo seguros que nos sentimos a solas, y como se desmorona nuestra máscara en el momento de la verdad. Tal como suponía, no ha aceptado.

Y tras un rato de lágrimas por mi parte entre sus brazos y mirada perdida, me he sentido mejor. Solo un poco. Repasaba en mi mente la opción de ese tiempo separados para evitar hacerle daño, y cada vez que le miraba tenía la certeza de que mi elección solo nos iba a hacer más daño a los dos. ¿Qué hacer entonces? ¿Fingir estar feliz todo el tiempo que pase a su lado? Es imposible.

Tras hacer el amor y quedarme remoloneando en la cama como siempre, él en completo silencio se me ha quedado mirando y me ha helado con tan solo unas palabras: “¿Qué te pasa? Tu mirada no es de felicidad, es triste, como de añoranza y nostalgia”. Ante mi incrédula mirada y la consiguiente pregunta, aún lo ha mejorado más: “Puedo leerte la mirada, y hasta el alma”.

¿Cómo puedo alejarme de alguien que me hace tan feliz como él? También es imposible. Y ante la falta de acuerdo, mañana toca terapia de pareja con su psicóloga. ¿Conseguiremos el término medio?

domingo, 13 de enero de 2013

Despertares y otras historias


            Despertarse por las mañanas con una sonrisa en los labios es un privilegio que últimamente no me puedo permitir. Pero eso no quita que de vez en cuando haya buenos despertares, como el de hoy. El de ayer fue muy normalito. Desayuno, día perezoso, unos cuantos capítulos de Sexo en Nueva York, y las ocho de la tarde sin que ni tu novio ni tu amiga te hayan avisado para quedar todavía.

            ¿Qué haces entonces? Fácil y sencillo. Prepárate y diles a tus padres que ya has quedado, aunque no sea cierto. Y un sábado por la noche, de frío y  de tormenta, estaba yo bajo mi paraguas transparente en una de las calles menos transitadas de mi pueblo. La cara de un extraño bajo una capucha, iluminada por la luz de un rayo, hizo que me entrasen escalofríos. Pero ahí estaba yo. Todo por un cigarro.

            Suerte que mi amiga me llamó y poco después me reuní con ella en el andén del metro. En estos días, no hay nada mejor que ver una cara amiga. Y tan amiga. Nos fuimos a tomar algo al pueblo de al lado. Más tarde vino mi novio, bastante contento tras una comida con sus excompañeros de trabajo. Y ahí estábamos los tres, hablando sobre la vida, libros y sexo.

Aproveché la ocasión para contarle a mi amiga los mensajes un tanto incómodos que hacía tiempo me mandaba el novio de otra amiga nuestra cada noche. Su cara era un poema. Mi novio ya lo sabía desde que sucedió y, de momento, parece que le he convencido para que no haga nada al respecto. Mi amiga, en cambio, me dijo que mi novio debería hablar con el otro novio, y yo con mi amiga, ya que nos conocemos todos y solemos salir juntos.

Por mi parte, no me siento capaz de decirle a mi amiga nada sobre esos mensajes. Además, excusaría a su novio diciendo que es un bromista y que siempre lo hace con todas sus amigas. Lo que no creo que haga es lamerles la mano delante del resto de amigos en una cena. Sí, eso sucedió hace dos semanas. ¿Cómo se supone que debería tomármelo? Y lo peor de todo, ¿cómo parar todo esto?

Por suerte, la noche dio para hablar de otras muchas cosas. Ya de madrugada, mi novio y yo volvimos a mi casa, donde mis padres dormían como lirones. Entre pique y pique con él, sentí que tenía ganas de hacerlo, tras una semana de abstinencia por falta de ganas y una cistitis. Y, ¿qué puedes hacer cuando tienes a esa persona en tu cama susurrándote al oído? Lo inevitable. Hicimos el amor completamente desnudos y a oscuras, una escena  que me sorprendió, ya que se alejaba bastante del resto de veces que lo hacíamos, más salvajemente.

Después no podía dejar de mirarle, ni de sentirle. Dormimos abrazados toda la noche y esta mañana no podíamos dejar de sonreír, mirarnos y besarnos. Eso hasta que, aunque no viniese a cuento, él cortase toda la magia haciéndome preguntas sobre matemáticas y derivados. Si de algo estoy segura, es de que nunca sabes lo que se le pasa a un hombre por la cabeza. Lo mismo puede ser cerveza, teta o dinosaurio. Los tres son casos reales.

Además, que mejor que ese “trivial” matutino para bajar a La Tierra y volver a sumergirte en tus preocupaciones diarias. Los domingos no son mi fuerte, precisamente. Hasta que él aparece por la tarde con un donuts natural en las manos y unas ganas inmensas de hacerte feliz. Y lo consigue. Pero más tarde se va y es difícil volver a la realidad. “Te prometo que encontraremos juntos la felicidad”, me ha dicho antes de irse a casa. Ojalá…

viernes, 11 de enero de 2013

El sabor agridulce del dinero


            Pues sí. Aunque en mi cabeza se hubiese formado un no rotundo, al final me han dado la beca. El día 28 tengo una reunión para detallar en qué va a consistir, su duración y mis funciones. Una noticia increíble si no fuese por que, como no, mis días últimamente empiezan con noticias económicas, y no buenas precisamente.

            Tras una visita a la abuela y al banco, te das cuenta de que la beca solo es un pequeño rayo de luz en un mar de oscuridad. Pero el rayo ahí está. De momento seguimos como siempre, aunque creo que no por mucho tiempo. Ninguna deidad, ni la lotería, ni un premio en la revista que compramos semanalmente parecen dispuestos a calmar este grito desesperado. No por el momento.

            Entre unas cervezas le cuentas a tu pareja tu situación. Te pide que tengas fe. Y que aguantes. Lo mismo que el director del banco. Cómo si fuese fácil. Por ahora, y solo por ahora, me basta por no quedarme quieta, por saber que intento hacer todo lo posible. He echado un curriculum para trabajar en unos cines cerca de mi casa.

Qué ironía. Pasar de sentirte inútil a sentir que aunque trabajes todas las horas semanales habidas y por haber, quizás no sirva de nada. Esto es un drama y, aún lo sería más si no tuviese amigos y familiares que se alegrasen por mi pequeño rayito de luz. También si no hubiese cambiado mi mentalidad. ¿Saldremos de esta? Paciencia y una caña, solían decir. Y que no me quiten la caña. El tiempo lo dirá.

jueves, 10 de enero de 2013

Capítulo 1




            Es difícil ver como todo lo que mis padres han construido durante años se desmorona a nuestro alrededor. Y más difícil aún sentir lo mal que lo pasan ellos al verlo. Es cierto que esta época es mala para todos, pero cada uno vive su propia historia y no nos paramos a pensar demasiado en las de los demás. Esta noche, que probablemente sea de insomnio, no dejo de pensar en cómo saldremos de ésta y qué será de nosotros en un futuro.

            El día de hoy quizás haya sido uno de los más duros que recuerdo desde que empezó todo esto. Todos estamos nerviosos y, como no, lo pagamos con los que tenemos al lado. Día de gritos, portazos y lágrimas. También nerviosismo por las pruebas médicas de una de mis amigas, tras descubrirse un bulto en el pecho. Un rayo de luz por el mensaje de una madre, retomando el contacto conmigo después de varios meses, para dar clases particulares a su hijo.

            Y ahora… Bueno… Ahora, delante de un ordenador esperando el sonido de un mensaje en el chat, hablando con mi novio sobre lo mal que me siento. Un par de canciones han ayudado a que me desahogase, mientras me identificaba con la letra en una, y me aferraba a la esperanza en otra. Y así, haciendo tiempo hasta que el sueño venga a buscarme, pienso en qué día me esperará mañana: ¿me darán la beca que tanto tiempo llevo esperando?

Mañana será otro día. Esperemos…